sábado, 1 de diciembre de 2007

LAS BOBADAS DEL TURCO

Bien decía el sabio filósofo que la idiotez humana no tiene límites y eso bien se puede comprobar cuando usted entra a un turco, ese baño mal llamado por los paisas sauna (y de uno a otro es mucha la direferencia). En la entrada no hay un manual de posiciones ni actividades para realizar, pero como que entre generaciones se han transmitido una serie de bobadas para que la entrada en calor realmente le “obre”.
El primer personaje que uno se encuentra en el turco es un viejito que pareciera que viene con el turco, porque siempre encontrará uno a cada turco que vaya. Este señor tiene la particularidad de creer que a punta de eucalipto y vapor se le estira la piel o suda el reumatismo que tiene o expulsa el dolor de espalda que lo tiene muerto.
En segundo lugar, está el deportista frustrado. Es el señor cuarentón con la barriga haciéndole sombra a su mejor amigo, al que pareciera que el técnico lo mandó a calentar cinco minutos antes del partido. Este personaje estresa tenerlo al lado en este pequeño espacio, pues él salta, corre, respira duro. Uno hasta llega a pensar que es un fundamentalista religioso que se está llenando de ira santa a punta de vapor non sancto. Él no se haya en el lugar, como que le tiene pereza al encierro y corre de aquí para allá, como si afuera no pudiera hacer lo mismo y con más espacio… ¿O será que por su físico le da pena salir a la calle a correr y como los bandidos, aprovecha la penumbra y la niebla para hacer sus cosas?
El otro personaje es el frotador. El frotador es una derivación del anterior, este señor ya corrió, ya lleva cinco minutos en el turco y como si fuera un gato, comienza a acicalarse, afortunadamente no con la lengua sino con sus manos. Es como si nunca hubiera sudado y se frota las manos, los pies, la cara, tal vez recordando esa vieja enseñanza para adolescentes, según la cual el turco quita las impurezas de la piel. El frotador también respira duro, bueno, como para que le entre ese vapor caliente a los pulmones y le ayude con la nicotina que en la noche se estará chupando.
En la lista no puede faltar el espiritual, que es el señor que entra al turco y de una vez queda en transe. Se acuesta cuan ancho es en una de las graderías, cierra los ojos y nada ni nadie lo perturba. Él se queda muy quietito y a la media hora, como faraón resucitado, se levanta y sale muy tieso, sudado y muy majo.
Eso sí, nunca busquen niñas lindas en el turco que allí están son las señoras que los hijos dejan en el club para que maten el tiempo, el adulto mayor y los muchachitos que por novedad se meten a ver qué es lo que su abuelito hace en esa misteriosa cámara con olor a saumerio.
Las mamacitas muy seguramente las va a encontrar unos metros más allá tomando el sol, entregadas a los encantos de la cercanía a la piscina, porque en la piscina está el papá que se mete feliz a nadar con su niño de cinco años o el papá infeliz con ganas de salirse y de endosarle a la mamá al muchachito de cinco años.
En el turco tampoco puede faltar alguien con gripa, que va allí a sudarla, un señora a la que le duelen los huesos, un adolescente que efectivamente cree que ese es su remedio contra las espinillas y un par de personas que son la banda sonora del lugar, que hablan y hablan como su estuvieran en la sala de la casa y a uno, pobre parroquiano, le toca aguantarse todo el rollo, pues no hay nada más que oír.
El turco es el sitio donde más tonterías humanas se ven por metro cuadrado, cada uno busca un remedio diferente a su mal y por tanto un procedimiento distinto. No le falta sino un animador de discoteca, de esos que dice cómo se tiene que divertir uno para pasar bueno, como si uno no supiera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen Blog! Que buenos artículos! Me declaro adicta a MazoBlog.

Anónimo dijo...

Mazo: Este artículo me hizo recordar los tuyos en viernes. Adelante pues que ya se donde encontrarte