miércoles, 5 de diciembre de 2007

EL "ANIMADOR (O DESANIMADOR) DE DISCOTECA

Menos mal que mi infancia nunca pasó por las manos de un recreacionista de piñata, de esos que pintan solecitos y maripositas a los niños, que los ponen a saltar, a gritar y hasta a pelear con bombas pegadas en las nalgas.
Me siento afortunado porque cuando yo estaba chiquito eso no se había inventado, pero resulta que crecí, que la cosa cambió y los que se cansaron de las rebotadas de los muchachitos porque a las fiestas que iban eran las mismas bobadas, pasaron a trabajar en las discotecas. Y ya nada fue lo mismo.
No cabe duda que en la Oficina de Manuales Tontos (OFIMAT) para cualquier oficio, allí encontrarán el manual del animador de discoteca. Lo primero es que debe ser un tipo con “actitud”, que se cree más lindo de lo que es, más animado de lo que es y hasta seguramente es más bobo de lo que es.
Ya teniendo esto, basta con aprenderse las cuatro frases que tiene el manual, a saber: “¿Dónde están las mujeres?”, “¿dónde están las mujeres que vinieron solas?”, “¿dónde están los hinchas de Nacional, los del Medellín, los del Atalanta? (de acuerdo a la ciudad)” y “¿Quiénes se quieren ganar trago gratis?”. Con esas cuatro pendejadas, gritándolas en promedio cada cuarto de hora ya se ganó los 100.000 pesos que le dan por de la noche. Si a eso lo suma más “actitud” todavía y comienza a cautivar con su bailado, ahí la saca de estadio y nos saca a más de uno de la disco.
¿Quién dijo que uno necesitaba que le dijeran cómo hay que rumbear?, ¿Quién dijo que uno requiere que le recuerden de qué equipo es?, son cosas que se tienen muy claras y definidas en la vida como para que se las vengan a refregar una y otra vez. Uno apaga la radio porque no se aguanta a los gritones diciéndole qué emisora es la mejor y luego vienen estos personajes a preguntar por las viejas más buenas o los tipos que van solos.
Y eso sin contar cuando se empeliculan y para entregar media de ron o guaro, ponen a las pobres muchachas a realizar más vueltas que pensionado del Seguro. Que el bailao, que mueva la cadera, que baje hasta el suelo y hasta que comience a mostrar más de lo que sus diminutas camiseticas tapan.
A estos pobres muchachos se les abona la voluntad, las ganas de trabajar y todo, pero deberían estar en vía de extinción, simplemente son inaguantables.
Un flaco de estos una vez se creía tan pinta que comenzó a abrirse la camisa y a mostrar su pecho’e lata. Menos mal que las risas las tapaba el reggeatón estruendoso, porque si no, seguramente se habría afectado su autoestima.
Otro, yo no sé que le dio y se creyó una arrogante estrella de rock, subió a la barra, comenzó a baila y de un momento a otro se abalanzó sobre el público, seguro de que lo recibirían en brazos, pues su sorpresa fue gigante, cuando se dio cuenta que en a la discoteca había ido la reencarnación de Moisés, pues apenas se lanzó, el mar de gente se fue abriendo y un hueco oscuro y helado y muy, muy duro lo recibió, era el suelo y allí fue a dar. El pobre salió con un chichón el macho en la frente y como niño chiquito diciendo: “no voy a llorar, no voy a llorar”. Gajes del oficio al fin y al cabo. Qué pesar.
En fin, así es el mundo de estos animadores de verbenas, que muy seguramente hicieron sus primeros pinitos con los primos y los vecinos en sus fiestitas de garaje, cuando todavía había garajes en donde bailar.
Hoy ostentan una celebridad que sólo se la creen ellos y el dueño de la discoteca que les paga y que cree que llevan público, claro que mientras sigan existiendo las muchachitas gritonas estos tipos seguirán haciendo de las suyas sobre las barras de las disco y con un micrófono en la mano. Pero ese es tema de otra conversación: ellas enrumbadas.

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