martes, 11 de diciembre de 2007

CITA DE SEIS

Hoy estoy medio romanticón y les quiero compartir este cuentico que escribí hace algún tiempo. Espero les gusto, sober todo a ellas.

Ella, con una mano sostenía el pan francés envuelto en la bolsa de papel café que acababa de comprar. Su manito de niña buena no le daba toda la vuelta al pan y, entonces, tomaba el mandado por una esquina de la bolsa. Él tenía un muro con una mano, mientras que con la otra jugaba a buscar algo en el bolsillo del jean o simplemente a guardarla porque le sobraba.
Cuando se vieron, ella ni siquiera tuvo tiempo de pensar en que él la hubiera encontrado con el uniforme del "cole" -al medio día divagó sobre eso y le aterrorizó la idea de que la viera así-. Tampoco le importaba que estuviera con el cabello partido por la mitad, como sólo lo usaba en clase para darse cierto toque de nerd.
Sus esfuerzos terrenales estaban centrados en controlar la risa nerviosa que le causaban las estrellas que de tanto ver, se le habían anidado en la barriga y le comían los dulces del recreo.
Él tenía sus ínfulas de seguridad para que ella no notara el miedo que cualquiera hubiera adivinado por el movimiento de las manos, la intranquilidad de las piernas y esa risa de músculos tensos.
Ella estaba con el cuerpo 10 centímetros sobre la calle (era el andén), pero su pensamiento estaba mucho más alto, se había disparado hasta el quinto cielo; él, sin ser muy consciente de la situación, acercó la cara lo suficiente como para comprobar que el magnetismo no sólo pertenece a los imanes.
De todas maneras, ella se empinaba porque era más baja que él. Sentía como si la ceguera la hubiera acompañado toda la vida y no le importaba, para esa nueva sensación no necesitaba ojos.
Alguien que pasaba, rió al ver aquella escena: él, teniendo un muro, con el cuello arqueado, un hombro recogido, un brazo que parecía varilla por lo rígido y que finalizaba con la mano en el bolsillo. La punta de un tenis encima del otro, las piernas las tenía cruzadas y de cuando en cuando las estrechaba aún más como para presionar algo que molestaba.
Los tendones de la pantorrilla de ella no daban más por lo empinada que estaba. Presionaba una mano contra su pecho, como tapando el lugar de un botón perdido y en la otra cargaba el pan con desgreño.
El mundo para ella iba y venía, y todo era color oscuro o transparente, en fin, nada especificado, sin textura, sin reparar en detalles. No recordaba que tenía oídos ni manos para tocar. Hasta ese momento tampoco sabía que pudiera probar otros sabores.
Él, que se había encargado de contar las tres últimas horas, minuto a minuto pensando en el momento, que antes y durante esas tres horas había fantaseado tanto, en ese momento conoció del amor por boca ajena.
Cuando le quitaron la pausa a la vida ella tenía la respiración como en las mañanas en que llegaba tarde a clases y la cara la sentía hirviendo, como cuando la "profe" la pillaba hablando. No sabía si decirle "lindo", "papito", "quiero vivir toda la vida pegada a ti", "después de esto para qué sueños". Fueron tantas ideas que causaron el más tierno silencio y, entonces, en sus ojos aparecieron todos los lenguajes, todas las palabras. Fue la forma más sincera de expresarse, nunca antes usada.
A todas estas, él jugueteaba con el caucho azul que recogía su melena de neohippie. Esos ojos dijeron más que todas las preguntas que él tenía. Tampoco supo muy bien qué decir con esa voz llena de gallitos: si darle las gracias, acariciarle el cabello castaño que se le salía de atrás de las orejas tapándole la cara, tomarle la mano o por lo menos quitar la suya del muro. Fueron tantas opciones que nada más atinó a decir un lacónico "chaao".
Ella siguió su camino a casa; él tomó cualquiera.
Les bastaron tres pasos para saber que de ahí en adelante y a esa misma hora, un simple pan sería la excusa que los uniría cada día después de las seis.

No hay comentarios: